Septiembre: Pero ¿por qué somos nosotros los llamados a hacer y rehacer el mundo?
Editorial
Por Patricio Javier Vargas
Con la nueva normalidad y el regreso a las actividades presenciales, las autoridades nos recomiendan para retorno seguro, desde la infraestructura física hasta la conducta que debemos procurar mantener en ella, hablando por sobre todo de un regreso al que “debemos llegar preparados”.
Tenemos muchas certezas y lecciones aprendidas durante los meses de pandemia, tantas que podríamos escribir un manual de comportamiento con buenas prácticas destinado a la convivencia segura.
Sin embargo, entre toda esta urgencias, estructuras y lecciones aprendidas, quiero reparar en aquello que no conocemos de este retorno. En esa parte de la conducta que por primera vez se expresa en el sector educativo, ese pulso sensible de quien estuvo confinado, que tuvo miedo y esperanza, que sintió la familia y amistad como nunca antes, en aquellos que incorporaron o transformaron sus vidas.
Ese pulso sensible, es a mi parecer el sustento para edificar un nuevo (y mejor) comienzo.
Quien regrese dispuesto a observar, será capaz de ver la diferencia. Quien esté mirando atentamente tendrá mayores posibilidades de ver la diversidad y rescatar ese pulso; esa nueva coordenada que no estaba cuando llegó la pandemia.
Pero ¿por qué nosotros estamos llamados a observar?. Simplemente porque tenemos la posibilidad de ver el mundo. La ciencia nos ha enseñado la observación como acto primero, donde cada detalle vale, donde la realidad se revela delicadamente cuando nos aproximamos a ella.
La humanidad está llamada y obligada a hacer y rehacer el mundo y somos nosotros quienes desde la educación estamos en una plataforma de acción privilegiada: dicho de otra manera: observamos para no ser indiferentes, para no ver la realidad homogénea, plana, de la misma manera, del mismo modo y actuar que nos trajo hasta este punto.